sábado, 11 de diciembre de 2010

Foto de Arpana Vidroh

Hay momentos en que la gente debería estar tan relajada, tan salvajemente relajada, que
no tuviera que seguir ninguna formalidad.
En una ocasión un gran emperador chino fue a ver a un gran maestro zen. El maestro
zen se partía de risa en el suelo, y también reían sus discípulos... debía haber contado un
chiste o algo por el estilo. El emperador se sintió abochornado. No podía creer lo que veía, ya
que era un comportamiento muy maleducado; y no pudo contenerse de expresarlo de esa
manera.
-¡Esto es una grosería! -le dijo-. No se espera algo así de un maestro como tú; ha de
existir cierta etiqueta. Das vueltas en el suelo, riendo como un loco.
El maestro observó al emperador. Este tenía un arco; en aquella época se solía portar
arcos y flechas.
-Dime una cosa -pidió el maestro-. ¿Mantienes el arco siempre tensado, estirado, o
también le permites que se relaje?
-Si lo mantenemos siempre estirado -respondió el emperador-, perderá elasticidad, y
entonces no será de ninguna utilidad. Hay que dejarlo relajado para que siempre que lo
necesitemos tenga elasticidad. -Eso mismo estoy haciendo -repuso el maestro