... ¿Qué ocurre si no condenamos el deseo, si no lo juzgamos como
bueno o malo, sino que simplemente nos damos cuenta de él? Me pregunto si
ustedes saben qué significa darse cuenta de algo. La mayoría de nosotros no se
da cuenta, por que nos hemos acostumbrado a condenar, juzgar, evaluar,
identificar, optar. La opción nos impide, obviamente, darnos cuenta, porque
siempre optamos como resultado de un conflicto. El darse cuenta de las cosas
cuando uno entra a una habitación, el ver todos los muebles, la alfombra o su
ausencia, etcétera, el sólo ver, el percibir todo ello sin sentido alguno de
juicio, es algo muy difícil. ¿Alguna vez ha intentado usted mirar a una
persona, una flor, una idea, una emoción, sin optar, sin juzgar en absoluto?
¿Y si uno hace lo mismo con el deseo, si uno vive con él, sin
negarlo ni decir: «¿Qué haré con este deseo? Es tan desagradable, tan
imperioso, tan violento…», sin darle un nombre, un símbolo, sin cubrirlo con
una palabra, entonces, ¿sigue existiendo la causa del desorden? En
consecuencia, ¿es el deseo algo que debe ser sacrificado, destruido? Queremos
destruirlo, porque un deseo acomete contra otro creando conflicto, desdicha y
contradicción; y uno puede ver cómo intenta escapar de este conflicto
interminable. Entonces, ¿puede uno darse cuenta de la totalidad del deseo? Lo
que entiendo por totalidad no es un deseo o muchos deseos, sino la cualidad
total del deseo en sí.